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sábado, 14 de febrero de 2015



POR ELLOS


A sus noventa años de edad, el escritor alemán afincado en Israel, Salomón Perel, nos visita estos días en Madrid, con Motivo de la edición, por primera vez en español, de su célebre testimonio que acabó inspirando la película "Europa, Europa" y que ahora Ediciones Xorki publica en un libro con el título "Tú tienes que Vivir", con prólogo de Andrés Neuman. Un testimonio estremecedor que narra su huida de la persecución nazi y su ingreso por error en una academia de las Juventudes Hitlerianas, donde sobrevivió tres años ocultando su condición de judío. 

Su periplo comenzó con la invasión de Polonia por los alemanes en septiembre de 1939 les llevó a ser confinados en un gueto. Los padres de Perel decidieron que él y su hermano huyeran a Rusia. “Tenéis que vivir”, les dijo su madre después de que su padre los bendijera y les entregara un montón de paraguas plegables que los niños se llevaron consigo. Eran la absoluta novedad en aquella época y su hermano los había sacado de la fábrica en la que trabajaba con la idea era canjearlos por comida cuando lo necesitaran, pero a punto estuvieron de resultar letales cuando Salomón se cayó del transbordador que cruzaba el río y perdió de vista a su hermano. No sabía nadar y el sobrepeso de los paraguas tampoco ayudaba. Solo un guardia ruso se apiadó de él y lo sacó del agua. Al día siguiente continuó la huida: “En un cruce hubo que decidirse por un camino. Solo quedaba rezar para que fuese el correcto”.


Finalmente, fue acogido en el orfanato soviético de Godno. Pero a los dos años, la invasión alemana de Rusia lo volvió a poner todo patas arriba y su vida dio un giro inesperado. Tenía 16 años, pero parecía un niño. En Minsk, última estación de su huida, destruyó sus documentos antes de ser detenido por el ejército alemán. Cuando le preguntaron si era judío, respondió: “Soy alemán de origen”. Estaba salvado. 
Pasó un tiempo como intérprete en la 12ª división de tanques de la Wehrmacht antes de ser enviado a una academia de las Juventudes Hitlerianas. Había cumplido la orden de su madre.
Al final de la guerra se reencontró con su hermano para descubrir que su padre había muerto de hambre en el gueto de Lodz, su hermana había sido fusilada y su madre gaseada en un camión.

En la entrevista que concede a Babelia, la revista cultural de El País http://cultura.elpais.com/cultura/2015/02/04/babelia/1423057693_591966.html explica el motivo que le llevó a contar su experiencia:
“Escribí estas memorias para dejar un ejemplar en el Museo del Holocausto y para la familia, pero lo tradujeron, y ya ve lo que ocurrió”.  
La lectura del artículo me ha traido inevitablemente a la memoria el viaje que hice a Colonia para visitar en Affeln a la familia de Hubert. Durante mi estancia en la cuarta ciudad más grande de Alemania pude realizar varias visitas turísticas entre las que incluí EL-DE Hause, la antigua sede de la policía secreta del Estado (Gestapo) para el distrito de Colonia. 


El edificio, denominado “EL-DE Hause” por las iniciales de su propietario (Leopold Dahmen), fue alquilado por la Gestapo desde 1935, antes de que su construcción hubiese finalizado, y fue alterado para sus propósitos. Fue utilizado desde finales de 1935 hasta el 5 de marzo de 1945, y en su sótano había una prisión con diez celdas. El edificio, incluyendo la prisión, sobrevivió a la guerra casi intacto.


En las paredes de las celdas el visitante puede ver aún más de 1.800 inscripciones que abarcan un gran abanico entre las que apenas son legibles y las iniciales, o direcciones completas, dibujos, textos e incluso poemas. Pero todas las inscripciones revelan el sufrimiento y desesperación de los presos, aunque también reflejan su voluntad de resistir. Muchas de estas inscripciones fueron escritas por trabajadores forzosos y prisioneros de guerra. Pero lo más impactante son los cientos de fotografías de los presos que cubren las paredes de las salas.


Las celdas que se conservan, eran utilizadas por la Gestapo para los interrogatorios de los presos, para encarcelar a aquellos que eran sometidos a “custodia preventiva” durante meses, en pequeñas celdas en las que se amontonaban hasta 30 personas, y donde las condiciones higiénicas eran terribles. Mediante las torturas, la Gestapo buscaba forzar las confesiones de los acusados, y las inscripciones de las paredes son como gritos mudos de las personas que sufrieron allí. Allí se decidía con una rutinaria frialdad quién debía ser detenido, interrogado, torturado o asesinado. 

Solo un alto muro separa la calle del patio interior de EL-DE Hause, donde en la fase final de la guerra, cientos de presos fueron colgados en varias horcas hasta la muerte. No es difícil que quien lo visite pueda imaginar a cualquier hijo de vecino paseando por la acera de enfrente mientras se escuchaban los gritos aterradores de los detenidos que eran sacados al patio. Aunque lo realmente difícil es abandonar el museo sin haber derramado una lágrima por toda aquella gente.


Es curioso que aún hoy en día un libro sobre el holocausto como el de Salomon Perel tiene una gran aceptación entre el público, o como cualquiera de los miles de memoriales y museos sobre el mismo hecho histórico siguen teniendo cientos de visitas diarias. Han transcurrido más de 70 años de aquello y se siguen editando libros que arrasan en las listas de ventas y estrenando películas que triunfan en taquilla. 
Ejemplos de ellos son libros como "Un saco de canicas", de Joseph Joffo; "Los pájaros de Auschwitz", de Arno Surminski; o "Todo lo que cabe en los bolsillos", de Eva Weaver. Ademas de grandes películas como "La lista de Schindler", de Steven Spielberg"; El pianista", de Roman Polanski; o " Hijos del tercer Reich, de Philipp Kadelbach. Y lo único que esto reafirma es el constante interés del público sobre lo que ocurrió entonces.
Alguien de mi entorno me preguntó no hace mucho porqué se sigue insistiendo tanto sobre algo que ocurrió hace tanto tiempo. ¡El holocausto, siempre el holocausto!. Esta persona opinaba que tanta insistencia en el nazismo sólo contribuía a dar a aquellos tipos más protagonismo y renombre. «¡Qué hablen de tí, aunque sea mal!», reza el dicho.
Yo le respondí casi sin pensarlo que el pueblo que olvida su pasado está condenado a cometer los mismos errores, una y otra vez. Y si no, sólo tenemos que volver la vista hacia lo que está ocurriendo en lugares tan distantes entre sí como Ucrania, Siria, y Libia, por no extenderme. Pero no podemos olvidar el conflicto entre Israel y Palestina que dura ya desde 1948, que se dice pronto. Por lo tanto no queda más remedio que volver a lo que ocurrió en el mundo entre 1939 y 1945, y preguntarnos: ¿Aprendimos algo de todo aquello?. A juzgar por los resultados, no.
Por lo tanto, y le pese a quien le pese, POR ELLOS.






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