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domingo, 21 de septiembre de 2014



Y se repite la historia


Esta mañana me levanté temprano, y tras poner un poco de café a calentar, me he sentado ante el teclado para intentar explicar los acontecimientos que tendrán lugar en unos pocos días.
Han sido varios los posibles títulos que se me han pasado por la mente; pero después de meditarlo con detenimiento me he decidido por el encabezamiento que pueden leer al principio.
Hace sesenta y ocho años, y recién terminada la Segunda Guerra Mundial, un hombre de corazón noble viajó desde España hasta la maltrecha Alemania para conocer a una familia. Los que hayan leido la novela saben de que hablo. Josef Kaufer llegó un frio día de octubre a Affeln para visitar a los padres y hermanas de Hubert Sasse, el joven marino al que dió sepultura en su tierra adoptiva. 

Para el que no lo sepa, decir que la historia de Hubert Sasse llegó a mi vida el año 2010, pero entonces no fue más que eso, un suceso más entre tantos otros. Pero un tiempo después, por unos motivos u otros, la hermosa historia de solidaridad que nació entre Josef Kaufer y Hubert Sasse volvía a cruzarse en mi camino; nuevamente sin que yo le prestara la atención debida.
Hasta el año 2013, en que, nuevamente me dejé seducir por ella. Ocurrió un lejano día en que viajé a Castellón, expresamente para visitar su tumba. A partir de aquella mañana ya no pude apartar de mi mente el rostro de Hubert; un rostro que expresa nobleza y juventud. Una juventud que, como la de tantos miles de jóvenes, se vio truncada por haber nacido en una época muy difícil en la que los hombres no supieron
amar lo suficiente y se dejaron llevar por la barbarie.
Entonces conocí a una mujer increíble, Marta Kaufer. Ella me habló de su padre, de quien fue él, y una puerta se abrió para dar paso a un largo corredor que daba paso a muchas otras puertas. Me armé de valor y avancé por aquel largo pasillo, llamando a aquellas puertas que fueron abriéndose y aportando nuevos fragmentos y retales de la historia. Como si la misma, al parecer, gozara de voluntad propia y yo sólo me tuviera que dedicar a llevarla al papel. Transcurridos largos meses, aquel ingente trabajo de documentación acabó en éste humilde blog, y con el paso del tiempo la decisión de publicar la novela, sólo fue cuestión de tiempo. Pero yo tenía el pleno convencimiento de que el hecho de publicar El niño de la peonza no implicaba el final de esta aventura.

Ahora, como si de un bucle en el tiempo se tratara, la historia parece repetirse, y el que ésto escribe va ha emprender el mismo viaje que hizo José Kaufer en 1946. Lógicamente, con el paso de los años ya sólo queda un familiar directo de Hubert al que poder visitar.
Su hermana Mathilde tiene ahora alrrededor de 87 años, y por fin, y tras año y medio desde que comenzó ésta aventura, voy a viajar a Alemania para conocerla. 
Creo poder asegurar que tal vez éste viaje me sirva además, para intentar comprender el motivo por el que medio mundo perdió de pronto la razón, por el que la crueldad se impuso a la ética; y por el que un puñado de mandatariostomó la decisión de declarar la guerra al mundo, aunque ello implicara enviar a varias generaciones de jóvenes directamente al matadero.
Mi vuelo llegará a la ciudad alemana de Colonia el día 24 de septiembre, y desde allí y en compañía de un buen amigo llamado Joaquim Palutzki recorreré los cerca de 125 kilómetros que nos separan de Affeln para visitar a la família Erner. Recorreremos el centro de Renania del Norte-Westfalia, adentrándonos en la región montañosa de Sauerland, para llegar a la aldea que vio crecer al oficial de radio del U-755 Hubert Sasse. 
Pasearé aquellas calles que él debió recorrer siendo niño y quizá llegue a mí el olor a pan recién hecho desde alguna pequeña panadería. Y haciendo un alto en el camino me acercaré a visitar la iglesia de San Lamberto e intentaré encontrar en sus muros algún rastro de las marcas donde el pequeño Hubert afilaba su peonza.
Incluso tal vez encuentre un momento para acercarnos a la estación de tren de Neuenrade, a donde él llegaba cuando tenía algún permiso, y donde Josef Kaufer arribó un día frio de 1946, sin saber realmente que había ido a hacer allí. 
Podré abstraerme un momento con el tenue resplandor de las farolas y el oscuro adoquinado de la zona de espera del andén. Tal vez incluso, se desate un aguacero, y la lluvia levante un frío vapor por el suelo de la estación; y quizás, hasta en un instante se abran multitud de paraguas. Estoy plenamente convencido de que podré llegar a experimentar las mismas sensaciónes que debió tener Kaufer al llegar a la granja de la família Sasse, o cuando creyó ver en el rostro del padre del marino, al mismo Hubert; y quizá incluso yo pueda entrever en cualquiera de los hijos y nietos de Mathilde algún lejano parecido con Hubert.
En realidad me gusta fantasear con la posibilidad de que no realizo éste viaje en solitario, porque tal vez durante el vuelo Alicante - Colonia me de la vuelta en el asiento y, por una fracción de segundo, me parezca verle allí sentado, con su macuto, junto a los demás pasajeros. Es casi seguro que cuando me atreva a parpadear, Hubert ya no estará. Y lo buscaré con la vista, pero allí sólo quedará la luz que se cuela por las ventanillas del avión. Incluso quizá me parezca ver que sonrÍe, o tal vez todo ello no sea más que un sueño..., sólo tal vez.


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